Después de Frutos de mi tierra, en sucesión un
tanto precipitada, publicó Carrasquilla cuentos cortos de valor desigual, entre
los cuales hay obras maestras descriptivas de la naturaleza y de la sencilla
piedad de los fieles, como Salve Regina,
y modelos de humor reconcentrado y de imaginación limitada tan solo por la
lógica y el buen gusto como A la diestra
de Dios padre. Importa observar que su conocimiento de la sicología
infantil es sencillamente inexhausto. Ha aceptado el lenguaje de los niños y de
la gente humilde con una plenitud y una gracia cautivadoras.
De algunos de sus cuentos
y novelas en que figuran gentes del pueblo han dicho algunos que están en
lengua indescifrable para lectores que no conozcan las expresiones vernaculares
de aquella región donde nació Carrasquilla. Y ha surgido aquí la disputa de si
es catellano o de si el autor tiene el privilegio de llevar el realismo hasta
usar en sus obras copiosa y excepcionalmente de los modos de decir de una clase
social humilde o desfavorecida por el destino, Pereda usó de estas libertades
en España. Cejador y Frauca ha justificado el uso de los modismos antioqueños;
Unamuno llegó a decir, no sin abundar en razones, que aquello no era
regionalismo sino castellano viejo y desusado en España y en muchas comarcas de
América. La razón puede estar en el juicio de los tres o en ninguno de ellos,
pero la verdad es que las brillantes y portentosas cualidades de escritor y
poderoso y gracioso estilista en el sentido estético más puro de este
calificativo no puede apreciarla quien no conozca en todas sus variedades y
caudal de matices el decir antioqueño. Hay más aún: en las obras de
Carrasquilla usa el lenguaje corriente su estilo no llega a la iluminación
solar de sus mejores páginas de vernáculo.
Su último libro tiene
valores de epopeya en el primer volumen. El segundo describe las costumbres de
cierta época de la provincia con penetración y calor humano para llegar a
darnos en el tercero las reminiscencias de la época tal vez más placentera de
su vida; pero ni en el segundo ni en el tercer volumen llega a las altas
regiones de evocación y de fuerza descriptiva de sus mejores obras juveniles.
El lenguaje siempre será
un obstáculo para entender y apreciar fuera de Colombia, a uno de los grandes
taumaturgos de la frase nacidos en este país.
Murió
en 1941, un tanto amargado y dolido por no haber ganado toda la fama a que
ciertamente tenía derecho. En su amargura negaba a muchos de sus contemporáneos
y desconocía americanos incontestables. No tuvo, sin embargo, razón para
creerse poco apreciado. Le admiraron en Europa gentes doctas. En Colombia la
crítica puso por alto sus obras y premió
la última de ellas en un reñido concurso literario.
En: Sanín Cano, Baldomero. Escritos. Tomás Carrasquilla . Bogotá,
Instituto Colombiano de Cultura, 1977. Biblioteca Básica
Colombiana, 3ª. Serie, 23). p. 437 - 439
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