domingo, 20 de octubre de 2013

Tomás Carrasquilla según Baldomero Sanín. Parte II


Después de Frutos de mi tierra, en sucesión un tanto precipitada, publicó Carrasquilla cuentos cortos de valor desigual, entre los cuales hay obras maestras descriptivas de la naturaleza y de la sencilla piedad de los fieles, como Salve Regina, y modelos de humor reconcentrado y de imaginación limitada tan solo por la lógica y el buen gusto como A la diestra de Dios padre. Importa observar que su conocimiento de la sicología infantil es sencillamente inexhausto. Ha aceptado el lenguaje de los niños y de la gente humilde con una plenitud y una gracia cautivadoras.

De algunos de sus cuentos y novelas en que figuran gentes del pueblo han dicho algunos que están en lengua indescifrable para lectores que no conozcan las expresiones vernaculares de aquella región donde nació Carrasquilla. Y ha surgido aquí la disputa de si es catellano o de si el autor tiene el privilegio de llevar el realismo hasta usar en sus obras copiosa y excepcionalmente de los modos de decir de una clase social humilde o desfavorecida por el destino, Pereda usó de estas libertades en España. Cejador y Frauca ha justificado el uso de los modismos antioqueños; Unamuno llegó a decir, no sin abundar en razones, que aquello no era regionalismo sino castellano viejo y desusado en España y en muchas comarcas de América. La razón puede estar en el juicio de los tres o en ninguno de ellos, pero la verdad es que las brillantes y portentosas cualidades de escritor y poderoso y gracioso estilista en el sentido estético más puro de este calificativo no puede apreciarla quien no conozca en todas sus variedades y caudal de matices el decir antioqueño. Hay más aún: en las obras de Carrasquilla usa el lenguaje corriente su estilo no llega a la iluminación solar de sus mejores páginas de vernáculo.

Su último libro tiene valores de epopeya en el primer volumen. El segundo describe las costumbres de cierta época de la provincia con penetración y calor humano para llegar a darnos en el tercero las reminiscencias de la época tal vez más placentera de su vida; pero ni en el segundo ni en el tercer volumen llega a las altas regiones de evocación y de fuerza descriptiva de sus mejores obras juveniles.

El lenguaje siempre será un obstáculo para entender y apreciar fuera de Colombia, a uno de los grandes taumaturgos de la frase nacidos en este país.

  Murió en 1941, un tanto amargado y dolido por no haber ganado toda la fama a que ciertamente tenía derecho. En su amargura negaba a muchos de sus contemporáneos y desconocía americanos incontestables. No tuvo, sin embargo, razón para creerse poco apreciado. Le admiraron en Europa gentes doctas. En Colombia la crítica puso por alto sus obras y premió  la última de ellas en un reñido concurso literario.


En: Sanín Cano, Baldomero. Escritos. Tomás Carrasquilla . Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, 1977. Biblioteca Básica Colombiana, 3ª. Serie, 23).  p. 437 - 439          



sábado, 12 de octubre de 2013

Tomás Carrasquilla según Baldomero Sanín. Parte I


El Departamento de Antioquia, por haber subsistido casi aislado del resto de la República, durante unos ochenta años, a causa de lo montañoso de su suelo y de lo rudimentario de sus caminos, tuvo, puede afirmarse, una literatura propia que sin pretensiones de regionalismo se diferenciaba en lo exterior de las formas literarias predominantes en otras regiones del país. Desde que se fundó la República había en aquellas partes un gran interés por el cultivo de las letras. Ya entre 1870 y 1880 publicó Juan José Molina, hombre de gusto y mejores intenciones, una colección de artículos literarios, verso y prosa, que por el volumen y la calidad de algunos de los escritos en él contenidos, servía para mostrar, tal vez no el adelanto a que habían llegado allí las letras, pero sí el empeño con que eran cultivadas por los antioqueños. Había hojas literarias de mucho mérito y de larga vida como El Oasis y solían aparecer de cuando en cuando volúmenes de poesías como las de Gutiérrez González, y novelas y comedias de significado menos importante.

De modo que hubo una tradición literaria en aquella comarca que puede definirse con los caracteres del amor al suelo, a la lengua del pueblo, y a las tradiciones de igualdad entre todos y respeto mutuo. Tomás Carrasquilla nació en 1858 en Santo Domingo, ciudad serrana de aquel departamento y notoria en un tiempo por el amor al estudio de sus hijos. Da Carrasquilla en su obra testimonio de las tres cualidades ya señaladas en la literatura comarcana.

Empezó a escribir a los 24 o 25 años de edad, y desde sus primeros trabajos hizo patentes en narraciones cortas su afecto a los humildes, su admirable poder en la descripción de las costumbres y ambientes de las clases desfavorecidas y su profundo conocimiento del lenguaje usado en esos medios. Ya desde entonces se podía augurar que con él tendría la región un estilista de gracia y fuerza superiores.

En 1896 publicó Frutos de mi tierra, novela de alguna extensión y de un gran valor descriptivo y sentimental. La novela pasa en la capital de Antioquia y retrata con un vigor, encanto y verdad sorprendentes las costumbres de esa ciudad por los años de 1880. Hace vivir el alma de un niño que viene siendo el personaje principal de la novela. Este libro fue una revelación en que quedaron patentes las facultades excepcionales de un pintor de las costumbres como no lo había habido entre nosotros y un maestro de estilo personalísimo y dueño de los infinitos recursos que ofrece el idioma a quienes lo poseen a fondo.

Frutos de mi tierra pertenece a la corriente naturalista morigerada por el prestigio de algunos escritores españoles como Pereda y Emilia Pardo Bazán y hondamente influida por la marcada personalidad del autor. Puede decirse que toda su obra cae bajo esta denominación, no sin hacer presente que en su idiosincrasia estaba la tendencia a pintar el mundo y la naturaleza humana por los procedimientos que ilustraron autores como Flaubert y Zola; pero estudiando a fondo el estilo y la creación de personajes en Carrasquilla, surge naturalmente la idea de que él habría sido naturalista, si el naturalismo no hubiera existido antes de la llegada de este autor al mundo de las letras.

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viernes, 11 de octubre de 2013

José Bergamín por Elkin Obregón



Ya se sabe que los libros hacen muchas veces de vasos comunicantes. Leyendo las Memorias de José Manuel Caballero Bonald, me encuentro una referencia a José Bergamín, y busco un libro suyo, el único que tengo, y empiezo a releerlo. Se llama Al fin y al cabo, lo publicó Alianza Tres, y lo compré hace años en una librería de viejo. Se trata de una recopilación de ensayos cortos sobre temas literarios (sobre Lope, sobre Santa Teresa, sobre un poeta andaluz, Augusto Ferrán, al que cita con gusto, sobre muchos otros de España y del  mundo), y es una muestra estupenda de inteligencia, de saber leer, y de escribir todo con un lenguaje transparente, aunque lleno de cabriolas. Bergamín era muy culto, muy curioso, muy coqueto en la vida y en la lectura. Suya es aquella frase, “La música callada del toreo”, que todos los taurinos amamos. Después de muchos exilios y autoexilios, murió de soledad, como diría algún cursi.

Dice de él Caballero Bonald que “era feo de frente y de perfil”. Y sí, alguna vez lo vi en un documental de T. V. E. Tenía la nobleza de la feúra. Algunos escritores (no él) tienen en lo que escriben ese tipo de nobleza. Pero ése es otro asunto.

"La serpiente sin ojos" de William Ospina


William Ospina ha culminado la tarea de escribir su trilogía sobre Pedro de Ursúa, y en verdad que lo ha hecho con gran competencia. La trilogía no posee un título general, es cierto, pero no lo es menos el que es sin disputa la trilogía de Ursúa.

Recordando el primero de los libros que integran la obra sobre el famoso conquistador en donde Ursúa es el indiscutible protagonista, no fue posible más que quedar a la ansiosa espera de que hiciesen su aparición las otras dos novelas que completarían la trilogía prometida. A su debido tiempo los ansiosos lectores tuvieron en sus manos “El país de la canela”. Todo en esta novela es impactante en el mejor de los sentidos: por fin aquel otro mito, el de las especias, que en realidad surgió primero dentro del imaginario conquistador que el mito de “El Dorado”, fue plasmado con toda su veracidad histórico-novelesca, en una prosa que algunos han calificado despectivamente de barroca no siéndolo. La prosa narrativa de William Ospina es muy rica, pero en rigor se trata de una prosa renacentista, ni tiene que ver nada con el Domínguez Camargo del “Poema heroico a San Ignacio de Loyola” ni con un Alejo Carpentier, ni mucho menos con Don Luis de Góngora.

Pasando a otro tema, es preciso advertir que en “El país de la canela”, Ursúa, que no participa en la frustrada búsqueda del Edén especiero, queda semi-escondido dentro del cuerpo narrativo de la obra, eso sí, sin menoscabo alguno de la importancia que el personaje posee.

En “La serpiente sin ojos”, el protagonista absoluto es de nuevo Ursúa y los motivos capitales que lo decidieron a realizar, después de la de Orellana, una expedición rio arriba, son las míticas ciudades de oro de las que hablaron aquellos que participaron en la primera expedición amazónica y el obsesionante mito de las mujeres guerreras, que Orellana aseguró haber visto a lo largo de las riberas del gran río.

El narrador es un pariente de Ursúa que había participado en su juventud en la inicial expedición y que veía en el capitán Ursúa a su ídolo, a quien muestra en toda su crueldad y despotismo y del que sin embargo afirma, una y otra vez, que nunca supo lo que era la traición, cosa infrecuente en un conquistador como él. Este segundo viaje por el Amazonas, que no pudo ser imaginado de manera más catastrófica, se entreteje con los fogosos amores de Ursúa y la mestiza Inés de Atienza.

Todo termina con la traición del aún más tristemente famoso que Ursúa, Lope de Aguirre, que se rebela contra Felipe II, asesina a Ursúa y en las tierras que llega a dominar se comporta como el más sanguinario de todos los tiranos, llegando incluso a asesinar a su hija para finalmente morir asesinado.
Adenda:

No convencen los poemas que alternan los capítulos en prosa de “La serpiente sin ojos”, porque no se integran en la estructura narrativa y poseen algo de apócrifos. Cuando pensamos en la poesía indígena de la conquista española de América (de la que ya queda tan poco), encontramos que los temas de los poemas giran alrededor de su cosmogonía, luchas tribales y motivos de la naturaleza. Además de lo anterior, los poemas de Ospina tienen algo de la poesía de nuestro tiempo, en clave simbolista, nada más alejado de la imaginería poética indígena.

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