Valencia, la capital del Valle de las papas, está a 3.000 metros de altura; la cumbre, desde donde nos proponemos mirar algunas de las 70 estrellas de agua, a 43.000. Se sube por un sendero de piedras que poco a poco se va empinando; en el pie de monte hay potreros y bosques, árboles grandes. Después de trepar los primeros 500 metros el corazón se agita; Awka Yarimajha, nuestro guía indio, pone en mi mano un puñado de hojas de coca y mambe; empiezo a masticar las hojas, poco a poco el corazón se va tranquilizando y las fuerzas se renuevan.
Les oigo hablar, a los que avanzan con
Awka, de los osos perezosos; me acerco y les manifiesto mi extrañeza, el por
qué a estos animales, siendo tan lentos, se les conoce también con el nombre de
pericos ligeros. Después de un silencio, habla Awka: “Les dicen así porque
estos osos son muy veloces, se lanzan desde los árboles, se trepan en una nube
y vuelan; en muy poco tiempo van de aquí al Amazonas.”
En el camino damos con una piedra
grande en la que están grabados algunos símbolos de las culturas indígenas,
entre otros la cruz, la tawa, que en el pensamiento indio tiene un significado
diferente al cristiano. Awka nos explica: “En la cruz están los cuatro puntos
cardinales, el abajo y el arriba, lo horizontal y lo vertical, lo estelar y lo
terrestre; y en el cruce de sus líneas, el centro, el ombligo del universo.”
Un poco arriba de los 3.500 metros
empieza el bosque de frailejones, sus hojas grandes y alargadas, de un color
blanco amarillento, e infinidad de otros árboles enanos, algunos de un
centímetro, miniaturas con flores muy bellas. Estamos en verano, qué de flores
habrá en invierno. El terreno parece ser fértil, no crecen porque en la altura
el oxígeno es menor. Caminamos por el lomo de la montaña, abajo los bosques
andinos, la selva, arriba el cielo y unas pocas nubes. He visto muchos lugares
hermosos, en Colombia y fuera, ninguno como este, su esplendor es misterioso,
llama al recogimiento.
Caminando y mambeando por el interminable camino de piedras, le digo a Awka que caminar en noches oscuras por este sendero me parece imposible. Me contesta: “Cuando la noche aparece oscura, es la mente la que está oscura.”
He visto el río Magdalena, de un gris
oscuro, confundirse con el mar; desde la altura donde estamos, veo abajo
la laguna de la Magdalena donde el niño río nace; los que bajaron hasta la
orilla dicen que el río aquí es un hilo de agua pura. Estamos en la estrella
fluvial, aquí nacen varios de los grandes ríos de Colombia, ríos que corren
hacia distintas partes de la geografía del país: el Caquetá que va hacia el
Amazonas; el Magdalena y el Cauca que van hacia el Atlántico, el Patía que
corre hacia el Pacífico.
En un alto, nos sentamos en rededor de
Awka que, esta vez, quiere contar: “Cuentan, dice, que un joven de estos
lugares caminaba a las fiestas de Santiago; desde un filo, vio abajo el pueblo
y mucha gente enfiestada en las calles; se extrañó al ver a un míster, (hombre
de fuera), montado en un macho grandísimo, caminando entre el gentío. Siguió el
joven su camino, pensando en la fiesta, cuando de pronto, en un recodo, se
encontró con el míster, y este, le preguntó que hacia dónde iba. “Voy a las
fiestas de Santiago,” le contestó el joven. “Esas fiestas están muy malas, se
bebe poco y casi no se baila; lo invito a unas fiestas mejores, donde en verdad
se baila y se come.” El joven se quedó pensando. “Si usted quiere súbase en mi
macho y yo lo llevo”, continuó. El joven se montó en ancas y se encaminaron en
dirección contraria a Santiago. El macho volaba corriendo, se oía silbar el
viento. Habían caminado bastante y el míster se bajó a mear, el chorro era tan
grande que empezó a bajar represado, formando el río Yunguilla (nombre quechua
que significa resplandecer de la luna llena). Al fin, llegaron al pueblo,
la gente bailaba y bebía, era una gran fiesta. El míster lo invitó a su casa
donde también se comía y bailaba, y qué carne había y qué licores; el joven
bailó y bebió hasta hartarse. En la madrugada el míster le dijo: “Vaya por el
macho al potrero y me lo trae". El joven le trajo el macho, y el hombre le
dijo: “Es hora de que se vuelva, lo llevaré en el macho, pero antes le voy a
regalar una guayunga de maíz; le regaló el maíz. El míster le dijo que se
trepara en ancas y deshicieron el camino; al llegar al sitio donde lo había
recogido, se despidieron. El joven regresó a su casa. Los familiares
le preguntaron por las fiestas de Santiago, y él les dijo que se había ido para
otra fiesta; les contó cómo lo habían atendido y les mostró la guayunga de
maíz. Los parientes se pusieron a mirar el maíz y se dieron cuenta que las
mazorcas eran de oro y les brillaron los ojos”.
La más grande de las lagunas que ahora
vemos, abajo a unos 400 metros, es la de Santiago; el viento riza el agua de un
azul casi negro; cerca a ella, dos de menor tamaño. A 20 minutos, subiendo a
otro mirador, está La Suramérica, la Laguna seca y otra cuyo nombre no
recuerdo. El día anterior habíamos divisado, desde una cumbre menor, la
laguna Kusiyaco. Kusiyaco es una palabra quechua, compuesta: Kusi significa
conejo, y yaco: agua; vendría a ser: conejo de agua o laguna del conejo; y en
verdad la laguna tiene la forma de un conejo. Algunas de estas lagunas tienen
nombres indios, la de Santiago, se llama Sukugún: que significa
rincón de los espíritus; la de la Magdalena Yumamuy, laguna de la nube. Awca
nos dice que los nombres indios perdidos, están tratando de recuperarlos por
medio de ritos; entre otros, el del ayuno; ayunan en las alturas durante
nueve días, en ese tiempo sólo mambean; sentados al aire libre, esperan sin
esperar, hasta que las lagunas hablan.
Horacio Benavides
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