lunes, 25 de septiembre de 2017

JORGE TEILLIER, POETA DE LA ALDEA DEL MUNDO



  
Para ángeles y gorriones fue el primer libro publicado por el poeta chileno Jorge Teillier, salido de ediciones “Puelche” en Santiago de Chile, en el año 1956. El poeta había nacido en Lautaro, provincia del sur del país, en 1935; su muerte se produjo en Viña del Mar, en 1996. La aparición de este libro, cuando el autor apenas contaba con 21 años, vendrá a marcar en forma definitiva el rumbo de la poesía de Teillier en sus distintas etapas, la concepción poética de su mundo y el testimonio de su creación, tal como él mismo dejó dicho en un ensayo sobre la experiencia poética:

Sobre el pupitre del liceo nacieron buena parte de los poemas que iban a integrar mi primer libro Para ángeles y gorriones, aparecido en 1956. Mi mundo poético era el mismo donde también ahora suelo habitar, y que tal vez un día deba destruir para que se conserve: aquel atravesado por la locomotora 245, por las nubes que en noviembre hacen llover en pleno verano y son las sombras de los muertos que nos visitan, según decía una vieja tía; aquel poblado por espejos que no reflejan nuestra imagen sino la del desconocido que fuimos y viene desde otra época hasta nuestro encuentro, aquel donde tocan las campanas de la parroquia y donde aún se narran historias sobre la fundación del pueblo.

Ese mundo poético que nos describe Teillier, tiene un lado real y un lado mítico: el primero corresponde al entorno familiar de su infancia, la parroquia de Lautaro como reino de su niñez “atravesado por la locomotora 245”; el segundo es el Lautaro mítico, “aquel poblado por espejos que no reflejan nuestra imagen sino la del desconocido que fuimos y viene desde otra época hasta nuestro encuentro”. Así es como surge en la conciencia poética de Teiller el Lar mítico y, en consecuencia, la que él mismo se dio en llamar poesía lárica o de los lares, que habita en todos sus libros, como una vuelta al lugar de origen, sólo recuperado a través de la memoria poética en las palabras más sencillas de la cotidianidad que la poesía puede concedernos en su entorno más natural; leer su obra nos devuelve la gracia de sentir y oír el mundo en imágenes claras y profundas de un lenguaje con vida propia. En esa ausencia de ornamentos y ademanes postizos del acto de nombrar, cada cosa recobra su clarividencia y natural misterio. El mantel, la nieve, los rincones, la leña, el vino, la mañana, el granizo, la nube, antes que ser objetos son actos propios capaces de entrar en diálogo con el mundo habitado por el hombre, señalando una constante en toda la obra de Teillier. Así lo dice el primer fragmento de su poema “El lenguaje del cielo”:

El cielo habla un lenguaje gris,
 y callan la grave voz del vino,
 la leve voz del té.
 Los espejos se fatigan
de repetir el nombre de las cosas.
No dicen nada. No dicen: "un visitante",
"las moscas", "el libro sobre la mesa".
No dicen nada los espejos.

Sin embargo, esta recuperación del solar perdido a través de la simplicidad de las cosas resucitadas por la memoria intemporal del poeta, anula la simple nostalgia del pasado,  pues el mismo escritor fue categórico al respecto: “Yo no canto a una infancia boba. (…) la infancia es un estado que debemos alcanzar (…) Nostalgia sí, pero del futuro, de lo que no nos ha pasado, pero debiera pasarnos”. O sea una infancia que podría estar en el mañana del hombre, a la cual debe retornar paradójicamente hacia adelante, inherente a su progreso humano y que sirva de dique a las formas artificiosas del progreso material, como bien lo supo afirmar el mismo Teillier: “Por omisión, se repudia entonces el mundo mecanizado y estandarizado del presente, en donde el hombre medio sólo aspira a las pequeñas metas del confort como el auto, la televisión en donde el habitante de nuestros países pierde su individualidad gracias al lavado mental de la propaganda y deslumbramiento impuestos por el ejemplo y la propaganda de formas foráneas de vida”.
Por todo lo anterior vale la pena volver a leer en estas bellas ediciones de Frailejón, este primer libro de Teillier, que confirma la permanencia de un poeta esencial en la poesía chilena y latinoamericana, tan arraigado a la cotidianidad como a la vida. Este poeta de la aldea del mundo nos enseñó que “para mirar la nieve en la noche hay que cerrar los ojos”; nada sencilla en su sabiduría esta premoción poética tan sensible a hacernos pensar y a mirarnos hacia adentro, que es donde verdaderamente trascurren todos los tiempos y en los que apenas somos formas pasajeras de la existencia. Celebremos en esta edición a un poeta que habló por todos: “El silencio no puede seguir siendo mi lenguaje”-




Nelson Romero Guzmán
Ibagué, Enero 4 de 2017








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